jueves, 19 de junio de 2014

Algunos problemas de la crítica literaria


I

Resulta muy difícil determinar una única característica que destroce completamente un relato, que nos haga considerar que un libro es muy malo sin posibilidad de redención. Por otra parte, cuando un libro es bueno se aprecia sin problemas o, mejor aún, cuando nos ha entusiasmado no hay demasiadas dificultades para explicar por qué.

Es decir, si una cantidad importante de críticos defienden la calidad de cierta novela, suele coincidir con la apreciación de algún tipo de estructura, de la plasmación de un conflicto, del tratamiento de un personaje... que expresa sensaciones o conceptos de una fuerte connotación. Se puede señalar a partir de lo que cierto elemento puede despertar. Connotaciones hay ilimitadas, según además el tipo que tratemos: «universales», culturales, nacionales, locales, grupales... Dentro de esos subgrupos existen millones de posibilidades.

Así que, por mucho que a ciertas personas sin conocimientos teóricos les parezca que los críticos pueden ponerse de acuerdo para alabar un libro por mero postureo, esto suele resultar bastante inusual. Si varios críticos se ponen de acuerdo en alabar un libro suele ser realmente por un elemento o varios que es lícito destacar. No existe una «consciencia colectiva» de la crítica en la cual todos y cada uno de los individuos (algunos de ellos inteligentes) se traguen una porquería de novela solo por aparentar.
¿Habrá alguno que lo haga? Lo mismo. ¿Quién sabe?

Quince, ya te digo que no.

Una obra maestra, una vez detectada, muestra por qué lo es. El crítico puede hacerte mirar en tal o cual dirección. Te gustará o no. Te despertará connotaciones o no. Pero podrás identificar los motivos que han llevado a destacarla sobre el resto.

Dicho de un modo sencillo: es fácil defender el Quijote, Rayuela o Crónicas marcianas si se tiene el tiempo suficiente y los conocimientos necesarios. Bueno... Hace falta un tercer factor: las ganas de escuchar que tenga el lector. Un lector que se niegue a aceptar por sistema, expliques lo que expliques, tiene activados mecanismos de defensa que, con bastante seguridad, nada tienen que ver con la obra en sí. A ese dará igual el argumento que le des. Ha decidido que no, por los motivos que sean, y le dará igual que la gente disfrute ese relato, que se le encuentren verdaderas genialidades... El sordo te tildará de «ignorante», «pretencioso» o «iluminado» antes que aceptar algo que otros ven en la obra, pero él no.





II

Es evidente que una obra puede «perder» su calidad con el tiempo. No es que la obra fuera mala. Es que, como defendía Hans Robert Jauss, no ha conseguido emanciparse del contexto donde funcionaba. En este sentido, las obras no son mejores o peores porque resistan el paso del tiempo. Lo son porque en un determinado momento (que pueden ser siglos) a determinadas personas les despiertan connotaciones. O, mejor dicho, cualquier novela puede ser una genialidad hoy y una mierda mañana. Depende de la actualización que se haga de la obra.

¿Y el lenguaje?

Aaaah...

El lenguaje...

Supongo que quien alega eso se referirá a la sonoridad de las palabras unidas entre sí, a ciertas combinaciones sintácticas que suenan bien.

Ante todo, recordemos que «el lenguaje» va mucho más allá de lo que pone en un papel.

Pero hablando de esa sonoridad sin entrar en lo que de verdad es el lenguaje... En fin... Hay escritores que sonarán siempre bien si se conoce el dialecto de su tiempo. Serán obras maestras formales, seguramente. Pero la literatura no es forma exterior. La literatura es la fusión de forma exterior y forma interior.

Ejemplifiquemos: un poema de Campoamor puede estar trabajadísimo sonoramente y soportar fatal el paso del tiempo:

El busto de nieve

De amor tentado un penitente un día
con nieve un busto de mujer formaba,
y el cuerpo al busto con furor juntaba,
templando el fuego que en su pecho ardía.

Cuanto más con el busto el cuerpo unía,
más la nieve con fuego se mezclaba,
y de aquel santo el corazón se helaba,
y el busto de mujer se deshacía.

En tus luchas ¡oh amor de quien reniego!
siempre se une el invierno y el estío,
y si uno ama sin fe, quiere otro ciego.

Así te pasa a ti, corazón mío,
que uniendo ella su nieve con tu fuego,
por matar de calor, mueres de frío.
Ramón de Campoamor

Por el contrario, Kafka no era un trabajador del lenguaje a la altura de Alejandro Casona, pero desde luego sus temas conllevaban muchísimas más connotaciones y más profundas, en general, que las del dramaturgo español.

Sin psicología; sin política; sin economía; sin problemas de pareja, de familia, de amistades; sin filosofía; sin una buena cabeza cortada; sin una excitante escena de sexo; sin el recuerdo de una canción, de un viaje; sin intertextualidad; sin naves espaciales; sin al menos alguno de esos u otros muchos elementos, sin ti, por muy armoniosa que sea la unión de palabras, no hay poesía.

La literatura habla de algo y la forma lo construye y lo altera, pero porque trata de algo. Ya sabemos: no hay forma sin fondo ni fondo sin forma. No se trata solo de que «suena bien».

Y ahí está el problema.

Un texto aparentemente mal escrito, sin armonía, puede parecernos hoy un asco y mañana una obra maestra, cuando profundizamos en su forma interior y, por consiguiente, en lo que es.

He aquí el problema de que muy pocos críticos podrían haber profetizado el éxito de Harry Potter entre los niños de doce años. Su fuerza estaba más allá de las palabras.

Eso nos lleva a los críticos a una posición complicada: la falta de métodos rigurosos con los que juzgar matemáticamente la calidad de una obra para mal.

¡Cuidado!

¡Insisto!

Sí disponemos de métodos para explicar las excelencias de una obra: un juego de espejos estructurales, una nueva manera de entender Freedonia y su historia, un uso de los adverbios para describir personajes como jamás se había hecho... Simplemente, con la estructura y el lenguaje más simples del mundo, completamente atado a su tiempo, un cuento puede unirnos la monarquía, el Mundial de Brasil 2014, los memes de todo ello y cierta canción de moda, y plantarnos ante un magnífico relato. Dependerá de la forma, ¿qué duda cabe? La literatura la hace la forma, pero esta, sin el golpe con la realidad, no es nada.

Por eso me cuesta tanto escribir sobre malas novelas. Recuerdo que no hace mucho alguien me pasó una novela española de fantasía heroica para que opinara sobre ella. Algunos colegas estaban entusiasmados y, verdaderamente, la novela se vendió bastante bien. Yo no pude acabarla, porque todo me resultaba demasiado ajeno. Para disfrutarla, necesitaba zambullirme en ese género. Aunque es cierto que las obras son buenas o malas independientemente del género, conocer bien cada género es imprescindible para ciertos niveles de disfrute. Y yo no conocía bien la fantasía heroica, más allá de algunos coqueteos que realicé hace ya demasiados años.

¿Qué hubiera ocurrido si me hubieran dado esa obra para estudiarla y escribir una reseña nada más salir? Pues, sin parecerme mal escrita, la verdad es que no le vi ningún interés. La habría puesto verde, si no hiciera antes cierto ejercicio de humildad y empatía.

¿Me equivoco yo como crítico?

Sin duda. No habría sabido reproducir esa experiencia que a ciertas personas les había llevado a disfrutarla.

¿Implica toda esta reflexión que si me lo explicaran bien me gustaría?

En absoluto.

Implica que si me la explicaran bien tendría más posibilidades de que me gustara, pero, aunque entendiera cada una de sus virtudes, podría no gustarme.

No me gusta escribir críticas de malas obras, aunque lo he hecho y seguro que me caerá seguir haciéndolo. A menudo, me cuesta entender por qué tal obra de repente hace sentir connotaciones maravillosas a ciertas personas. Por ejemplo, no puedo con China Mieville. Me parece un coñazo y un tío bastante poco interesante. Su «desbordante» imaginación me atrae más para un cuadro o una ilustración que para una novela, la verdad. ¿Significa eso que considero ignorante a todo aquel a quien le guste? No a todos. (Solo a alguno; pero no por Mieville, claro.) Si me preguntáis con una par de cervezas de más, podré deciros todos los elementos que me parecen infumables de sus novelas. ¿Creo que sus admiradores están equivocados? Me falta información para eso. Lo disfrutan. Si algún día analizo sus novelas, tendré que averiguar por qué lo disfrutan.


III

Llego entonces al meollo de la cuestión, que verdaderamente me interesa: ser consciente de todos estos planteamientos me ayuda a disfrutar ciertas novelas que ni son obras maestras ni desastres absolutos. De lo contrario, supongo que me convertiría en un pedante alterado por tantas y tantas teorías que sé aplicar a una novela y, francamente, acabarían por gustarme solo las obras maestras.

Pero no es así. Leí hace poco Marte rojo, de Kim Stanley Robinson, y se me vino abajo. No le encontré prácticamente ningún valor formal. Y, sin embargo, la disfruté.

La disfruté mucho.

¿Por qué?

Pues imagino que por los mismos motivos que quienes la disfrutaron: en primer lugar, por el sentido de la maravilla de la novela, centrado en circunstancias atípicas que me habría encantado vivir.

Pero ni de coña esto me habría gustado tanto si no lo hubiera empezado en el avión, camino de un seminario en Polonia al que no me apetecía demasiado asistir (por obligaciones en Madrid y tal...) y que luego disfruté mucho por la compañía y por la propia ciudad de Poznan. Marte rojo me permitió en aquel momento distanciarme enormemente de todas las cosas que tenía en Madrid.

Hay un tercer factor. También me empujó mi deseo de desarrollar, de entender una obsesión que tengo últimamente: la relación entre la verdad científica, la construcción ficcional de toda verdad, la realidad, la verdad humanista y la verdad poética. ¿Es la mejor obra para ello? Ni idea. Seguramente no. Para mí lo fue en ese momento.

Sin embargo, casi todos los personajes eran una mierda.

Y el argumento.

Y, joder, qué mala era la estructura...

¿Qué más me daba? Había allí algunas connotaciones universales, algunas culturales y muchísimas personales que se unieron para obsesionarme con la lectura y, a la vuelta, comprarme los dos volúmenes siguientes. De hecho, he parado un momento de leer Marte verde para escribir este pequeño texto.


Seguro que en otro momento, si me hubieran encargado la crítica de Marte rojo, habría dicho que era una mierda o, directamente, me habría negado a escribir la crítica porque habría dejado el libro a las cuarenta páginas.

La crítica es un ejercicio de humildad (porque no sabes todo lo que puede hacer que una obra se disfrute y porque a veces estás demasiado implicado), un ejercicio de autoestima (porque debes fiarte de tus conocimientos y de tus impresiones) y un ejercicio de amor (porque debes ayudar a disfrutar a un desconocido). Y además es un ejercicio científico, pues debes partir de hechos y acercamientos objetivos que otra persona sea capaz de reproducir. Les digo siempre a mis alumnos que recuerden esos cuatro factores cuando vayan a escribir una crítica sobre una obra.

Hay muchas horas en la vida de una persona dedicadas a escribir una novela, dirigir una película, montar una obra teatral, pintar un cuadro. Se merecen el respeto de una segunda reflexión y una tercera y una cuarta. Se merecen que dejemos un poco de lado nuestro ego. Se merecen no ser insultadas, despreciadas, utilizadas como desahogo contra el mundo.

Y, como crítico, mereces disfrutar hasta la peor obra literaria si se dan el caso, las circunstancias, la compañía. Si la vida te ayuda un poco.

Porque, al final, la literatura se trata, por encima de cualquier otra premisa, de disfrutar. Luego ya vendrá todo lo demás. Si se quiere.


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